domingo, 6 de marzo de 2016

Soneto III de Gutiérrez de Cetina


Entre armas, guerra, fuego, ira y furores
que al soberbio francés tienen opreso,
cuando el aire es más turbio y más espeso,
allí me aprieta el fiero ardor de amores.

Miro al cielo, los árboles, las flores,
y en ellos hallo mi dolor expreso;
que en el tiempo más frío y más avieso
nacen y reverdecen mis temores.

Digo llorando: "¡Oh dulce primavera!
¿Cuándo será que a mi esperanza vea,
verde, prestar al alma algún sosiego?"

Mas temo que mi fin mi suerte fiera

tan lejos de mi bien quiere que sea
entre guerra y furor, ira, armas, fuego.



Este soneto me transmite dolor, tal vez porque el enamorado ha tenido que separarse de su amada por la guerra, o tal vez la guerra, el fuego, la ira y los furores de los que habla se agrupan formando una lucha interna por amor. Quizá su amada no le corresponde, quizá el enamorado la ha perdido. Lo que está claro es la sensación que transmite: dolor. Lo he escogido porque creo que es uno de los textos más expresivos que he leído.

El tema es, sin duda, el tópico literario Ignis Amoris (El fuego del amor), ya que expresa su mal de amores de manera efusiva y utilizando palabras como guerra, fuego, ira, armas, etc.

En el soneto cabe destacar la presencia de un asíndeton, en el grupo de palabras “armas, guerra, fuego, ira y furores”. Y se vuelve a repetir al final del texto “guerra y furor, ira, armas, fuego.”

También aparecen personificaciones como “el fiero ardor de amores.” y “¿Cuándo será que a mi esperanza vea, verde, prestar al alma algún sosiego?”.

Aparece también un epíteto en el tercer párrafo: “¡Oh dulce primavera!”.

Gutierrez de Cetina (Sevilla 1520 – México 1557) fue una de las figuras más significativas del Renacimiento. Su lírica, inspirada esencialmente en Petrarca, se desarrolla en torno al refinado artificio del amor visto en su más típica abstracción. Las amadas a las que el poeta alude en sus obras amorosas son principalmente tres. Una va designada con el nombre de Amarilis; por ciertas alusiones geográficas que figuran en los pasajes en que habla de ella, se puede colegir que el poeta la conoció en España. Otra dama, que también debió conocer en España y a la que cortejó unos diez años, si hemos de creer sus palabras, aparece con el nombre de Dórida.

Pero el enigma más interesante es el de la tercera dama, que algunos estudiosos han creído identificar con la ilustre Laura Gonzaga. El uso constante de la palabra "lauro", que aparece a menudo y con diversos sentidos, y la certidumbre de que el poeta tuvo familiaridad con la bellísima mujer, ha inducido a algunos eruditos a formular esta hipótesis. A la tal dama estaría dedicado el celebérrimo madrigal que empieza con los versos "Ojos claros, serenos...", composición sobre la que se halla cimentada la popularidad del autor.